Qué distintas las de la niñez a las actuales. Cuántas cosas han pasado. No es nostalgia, es recuerdo, memoria... vida en suma. No voy a hablar de aquellas; ni siquiera de éstas. Ni siquiera de las gentes que fueron pasando no necesariamente por ellas.
Mucha gente habla por redes sociales de la cena y la comida que van a hacer durante esas fiestas, y una que ni tiene ni puede, piensa en la barbaridad que se le mete al cuerpo entre cantidades y azúcares.
Si nosotros, los mayores, hemos comido y cenado casi siempre con escasez o al menos no con la abundancia que hay ahora, y estamos como estamos en cuanto a salud, qué será de quienes abusan de la forma que lo hacen en apenas dos días.
Que sí, que hay que disfrutar de la vida, no digo lo contrario; pero también hay que saber que mucho de todo ello se paga. O no, porque a mí siempre me ha gustado mucho más lo salado que lo dulce, y ahora soy diabética. Ironías de la vida.
Una Navidad más. Y van ya tropecientas. Ha sido un año, este 2024, no muy para recordar. Complicadillo que se dice. Mi perro me mira porque conforme escribía, hablaba en alto; cualquier día me contesta.
Tenía intención de hablar de otras cosas y al final he terminado divagando. No tengo remedio. Lo peor es que lo sé. Otro día hablaré de la Navidad, o del tiempo, o de Dios sabe qué. Son las 9 de la mañana y aún no me he acostado: eso también es libertad.
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