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Reyes de zonas de España

Imagen encontrada por esos mundos de ahí fuera.  

Sonreír un poco nunca viene mal. 

(Feliz 2022 a las buenas gentes). 


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La isla de La Gomera declara la guerra

Queriendo que sea conocida mundialmente un alcalde de la Isla de La Gomera decide hacer algo para llamar la atención general.

Llama al único funcionario del ayuntamiento local y al Cabo-Jefe del puesto de la Guardia Civil y les ordena que envíen un telegrama al Cuartel General de la OTAN, con sede en Bruselas, declarándole la guerra a esa coalición militar.
No sé si la historia que aquí se cuenta es cierta o no, porque no he podido comprobarlo. De ahí esta advertencia pero... no se puede negar que es graciosa.

Se recibe el telegrama en dicha sede y el jefe de la OTAN realiza la siguiente pregunta a sus oficiales:

La Gomera nos declara la guerra... ¿dónde está La Gomera...?

Después de cuatro horas localizando al país belicoso encuentran que La Gomera es una pequeña isla, semejante a una pulga en el mapamundi, ubicada al Oeste de las costas de África. Analizando el riesgo de semejante conflicto bélico, las autoridades militares de la OTAN deciden aceptar la guerra.

El jefe llama a su secretaria y le ordena:

Contéstele al gobierno local gomero y dígale que aceptamos la guerra, y que además nos diga con qué potencial militar cuentan.

Se recibe el telegrama en La Gomera. Después de leerlo el alcalde le dice al funcionario del ayuntamiento:

Vamos a contestarle a esa gente: contamos con un cabo de la Guardia Civil , un soldado, una pistola, dos escopetas de caza, dos botes y una lancha de goma con motor fuera borda; además la defensa civil la componemos: el alcalde, un funcionario y los jubilados de la isla. Envíeselo y que nos digan ellos con que cuentan para hacernos frente.

Respuesta de la OTAN:

Contamos con 27 millones de soldados, 120 mil oficiales, 24 generales y 6 almirantes; 200 mil cañones, 25 mil tanques, 36 mil aviones, 150 submarinos, 30 portaaviones, 18 buques cisternas... todo dirigido por satélite.

Se recibe el telegrama en La Gomera.

Respuesta del alcalde:

La Gomera no acepta la guerra por no tener sitio para tantos prisioneros.


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Jesús te está mirando

Un ladrón, linterna en mano, entró a una casa a hacer lo propio, y cuando estaba inspeccionando por la cocina, mirando en todos los cajones a ver qué encuentra de valor, escucha una voz que le dice: 

- Jesús te está mirando. 

El ladrón se sobresaltó, apagó la linterna e inmediatamente se puso a averiguar de dónde salía esa voz. 

Entonces vuelve a oir con toda claridad: 

- Jesús te está mirando. 

Encendió nuevamente su linterna y la enfocó hacia donde salía la voz y vio, encerrado en una jaula, a un loro que le repitió:

- Jesús te está mirando.

El ladrón, se rió y le respondió:

- ¿Y tú quién eres?.

- Soy Moisés- contestó el loro.

- ¿Y quién fue el imbécil que te puso Moisés?

 - El mismo imbécil que le puso Jesús al doberman que está detrás de ti.

 

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El niño judío

Un padre judío, con la mejor de las intenciones, había enviado a su hijo Samuel al colegio más caro de la colectividad judía: el Tarbut, pero pese a sus intentos el niño no daba pie con bola.

Notas del primer mes:

- Matemáticas: 2
- Geografía: 3,5
- Historia: 1,7
- Literatura: 2
- Conducta: 0

Estas espantosas calificaciones se repetían mes a mes, hasta que el padre se cansó.

- Samuel, escúchame bien lo que te voy a decir: si el próximo mes tus notas y tu comportamiento no mejoran... te voy a mandar a estudiar a un colegio católico.

Al mes siguiente las notas de Samuel fueron una tragedia sólo comparable al hundimiento del Titanic. Y el padre cumplió su palabra.

A través de un rabino cercano a la familia se conectó con un obispo que le recomendó un buen colegio franciscano, al cual fue enviado Samuel.

En su primer mes en el nuevo colegio las notas fueron:

- Matemáticas: 9
- Geografía: 8
- Historia: 9
- Literatura: 10
- Conducta: 10

El padre, muy sorprendido, le preguntó a su hijo:

- Samuel, ¿qué es lo que pasa que te va tan bien en la escuela?. ¿Cómo ha sucedido este milagro?.

- No sé papá. Me presentaron a todos los compañeros y a todos los profesores y luego, una tarde, fuimos a la iglesia. Cuando entré vi a un hombre crucificado, con clavos en las manos y los pies, con cara de haber sufrido mucho; estaba todo ensangrentado. Pregunté: "¿quién es?". Me respondió un alumno de los cursos superiores:

-Él era un judío... ¡igual que tú!.

- Entonces me dije: joder, hay que estudiar, ¡¡¡que aquí no se andan con hostias!!!.

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El general Weyler

El general español Valeriano Weyler (1838-1930), un hombre severo como el que más y con un genio pronto y vivo que no admitía discusión llamó al cuartel con cierta urgencia.

- ¿Diga? -le respondió la voz de un soldado.

- ¡Que se ponga inmediatamente el capitán!.

- Está con la instrucción, llame usted más tarde.

- ¡¡¡Que se ponga ahora mismo!!! -dijo, ya iracundo el general.

- Ya le he dicho que no puede ponerse.

Y el soldado colgó el teléfono.

Weyler vuelve a llamar, usando el mismo tono de mando. El soldado le volvió a colgar. El general, ya completamente enfadado llama por tercera vez.

- ¿Usted sabe quién soy yo? -dice Weyler.

- Ni lo sé ni me importa -responde la voz del soldado.

- ¡¡¡Pues sepa que soy el general Weyler!!!.

- ¿Y usted sabe quién soy yo? -contesta el soldado.

- ¡¡¡No!!! (el general)

- ¡Pues menos mal!.

Y colgó de nuevo.


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Quiero tomarme un café...

Quiero tomarme un café con alguien que sea capaz de mirarme sin sacar su teléfono. Ya saben: como antes cuando éramos libres.


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En tiempos de las Cortes de Cádiz

La ciudad de Cádiz (España) estaba sitiada por los franceses al igual que el resto del territorio nacional. Corría el año 1808 y el emperador galo Napoleón quería imponer a los españoles a su hermano José.

Por aquel entonces el único medio de comunicación entre los ciudadanos era escuchar a los ciegos, que entre romances y leyendas, contaban a quien quería escucharles lo último acontecido en cada ciudad.

Había un diputado (y también poeta) a Cortes llamado Juan Nicasio Gallego (1777-1853) que se dio cuenta que los ciegos únicamente contaban victorias, no mencionando nunca las derrotas españolas (que alguna había). Así que un día se acercó a uno de ellos y le preguntó si es que los franceses no ganaban nunca ninguna batalla.

El ciego le respondió:

- Sí señor, pero esas noticias las dan los ciegos de Francia.


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