Qué hacer con los libros que tenemos en casa?

Quienes solemos leer libros con asiduidad y en papel, sabemos el problema que más pronto o más tarde se nos plantea en casa: ¿qué hacer con tantos volúmenes?.

Ocupan sitio, hay que tenerlos como mínimo en estanterías abiertas, se llenan de polvo por mucho que los limpiemos, se amarillean con el tiempo por mucho que los tengamos cerrados...

No hablamos del placer que produce leerlos, si no del problema que se crea cuando tenemos muchos. Y no hay forma de darlos, dejarlos, incluso regalarlos... porque si conseguimos traspasar el pensamiento de cuál elegir, siempre nos queda el sentimiento de culpa por haber infringido algún pecado no establecido. Y terminaremos por no hacer nada y seguir con todos ellos y sin saber qué solución dar. Porque no todo consiste en comprar estanterías o librerías cerradas; ni siquiera con tener paredes que llenar. ¿Verdad que no?.

En España se editan o reeditan, al año, más de 65.000 libros.

Según cálculos que alguien se molestó en hacer un buen día, un lector empedernido podrá leer a lo largo de toda su vida entre 2.000 y 3.000 libros (dependiendo de su tiempo libre, velocidad de lectura, etc).

Y eso que aún no he mencionado -ni es mi intención entrar en el tema ahora mismo- los que almacenamos porque disponemos de un lector electrónico. Esos al fin y al cabo no ocupan espacio físico, pero aún sabiendo que no hay tiempo material para leerlos ni en toda una vida, también los almacenamos, si no en el dispositivo, sí en el ordenador.

Y los guardamos -vuelvo a los de papel- a pesar de que el día que los escogimos (compramos o nos lo regalaron) y empezamos a leerlos... eran un auténtico tostón y no pudimos ni acabarlos. Y sin terminar siguen. Pero los tenemos guardados como si de una joya se tratara.

¿Qué hacer entonces con esa ingente cantidad de libros que ya amontonamos en cajas?. ¿Venderlos?. Tontería: nadie los va a querer por mucho que dispersemos nuestras magníficas ofertas, incluso en lote, por periódicos gratuitos, páginas de Internet, o lugares de compra-venta. Sólo se me ocurre una solución ya sabida pero nunca aplicada: dejarlos un día que no llueva en el banco de un parque, en una cafetería... en cualquier parte donde alguien lo encuentre... y quizás se los lleve. No hay otra. Si termina en un contenedor al menos no lo habremos tirado nosotros, y no nos sentiremos como si hubiéramos abandonado a un hijo en el torno de una inclusa.


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