Esperando...

Es desconcertante enfrentarse a un estado de ánimo tan bajo que casi es imposible respirar cuando hace apenas unas horas estaba boyante y llena de energía. El cuerpo humano... o la mente, qué sé yo, nos juega estas malas pasadas y, en esos momentos, sólo apetece la soledad y el silencio. Pero casi nadie nos entiende. Casi nadie que no haya pasado por eso mismo es capaz de entender que de nada valen las palabras de ánimo y que simplemente hay que dejar pasar esa ola que nos inunda por completo y que en su retroceso hasta es posible que nos deje un cierto bienestar. 

Y lo peor está aún por llegar. Lo peor viene acompañado de la noche que se nos presenta preñada de presentimientos negros, de ausencias, de desamores y que se nos hace eterna, eterna... y vamos viendo cómo se van desgranando las horas y los minutos como lluvia en los cristales resbalando lentamente o con impúdica fuerza mientras golpea nuestros corazones.

En esos momentos llamamos a gritos al alba que casi nunca responde cuando desearíamos su presencia con inmensos ramos de rosas blancas, con música acariciadora y suave, con palabras de aliento o caricias reparadoras y amables. 

Mientras, la noche se va preparando para ese parto de amor, y va alumbrando amaneceres que disipa la tristeza, la soledad, el dolor. Y al fin llega el momento y nace un nuevo día de piel tersa y aterciopelada que nos llena de terura y alegría... o no. Porque a veces, esa sensación se alarga en sucesivas noches de eternos y complicados partos. Pero, casi siempre... o siempre... la paz renace con nosotros y vuelve a salir el sol de un nuevo y radiante día.

Mientras, conservaremos la esperanza de ese momento... que llegará, sin duda... aunque tarde tanto que su espera sea un eterno tormento. 


23 enero 2005

laluna

 

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