Pero el recién nombrado era de religión protestante por lo que la mayoría de los franceses le rechazaron. Consciente que podría perder el trono por ese hecho, Enrique de Navarra se convirtió al catolicismo, convirtiéndose de ese modo en Enrique IV de Francia.
A su entrada en la capital francesa, dijo: "París bien vale una misa".
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