Así que siguiendo las directrices del mencionado papiro, para dejar a alguien calvo, había que impregnar de aceite unas hojas de loto, previamente quemadas, y colocárselas al objeto de la maldición (naturalmente mientras dormía) sobre la cabeza del futuro alopécico.
Es el mismo papiro quien también proporciona el antídoto: había que invocar al dios Atón, y untarse la zona con grasa de tortuga y pata de hipopótamo, hasta que volviera a crecer el pelo.
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