El gato más bueno del mundo

Se llamaba Plasty y era el gato más bueno del mundo. Hoy habría cumplido veinte años pero los ángeles de los animales se lo llevaron apenas con trece. 

Su nombre lo recibió de la generosidad de quien tenía un precioso pastor alemán que murió atropellado poco antes de llegar él a mi casa, que consintió que llevara el nombre. Era el 2005. 

Era un gato blanco-gris-negro, sin nada en su pelaje que destacara salvo que en la barriga tenía lunares. Unos maravillosos ojos verdes que lo decían todo mirándote. Y bueno, el más bueno de todos los gatos que ha habido en mi casa, incluidos los que tuvieron mis padres. Tan bueno, tan obediente, tan cariñoso que jamás olvidaré su última mirada, llena de amor hacia mí. Porque fue él quien me adoptó el día que cayó desde el segundo piso hasta mi patio. Fue él quien, a pesar de la mala vida que había llevado antes de aquellos ocho meses que tenía de edad, supo civilizarse y aprender lo que podía y no debía hacer. Y sobre todo aprendió que no todo el mundo era tan malo, tan cruel como sus antiguas dueñas, a las que no consentí en devolvérselo. 

Hoy es tu cumpleaños mi pequeño. No hay día, por la razón que sea que no te recuerde. Me faltan tus mimos, tus caricias... tu mirada... Cuánto te echo de menos. Cuánto.

No eres tú... pero cuánto te pareces.

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