El parto a través de los tiempos

La mujer primitiva solía alejarse de su poblado e internarse en el bosque antes de dar a luz; algo que aún sigue sucediendo en la actualidad en tribus alejadas de lo que conocemos como civilización. En ese alejamiento solía haber otra mujer cerca para ayudar en caso de problemas, o simplemente para acompañar si las cosas se ponían feas. Todo ello con el mayor silencio puesto que hablamos de estar en un bosque, y las fieras salvajes podían acercarse y poner en peligro tanto a la parturienta, al recién nacido y a quien le acompañaba.

Mucho más adelante se creó la figura de la partera que se asemejaba a la de la "amiga-compañera" del párrafo anterior, pero de forma más profesional, aunque también es cierto que cuando se presentaban problemas importantes en el parto, la comadrona tenía siempre la obligación de llamar a un médico que durante casi dos siglos era siempre un hombre. Las mujeres hasta hace no demasiados años, no tenía la oportunidad de acceder a "puestos de responsabilidad".

Solemos confundir dos términos como si fueran uno solo, cuando realmente no es así: la obstetricia se ocupa casi con exclusividad del parto; la ginecología se centra en el útero, flujos y secreciones vaginales y lo que afecte al aparato reproductor femenino, sin que tenga que ver ni con el parto ni con el embarazo. Aunque también es cierto que en la medicina moderna ambas especialidades se unifican.

Al principio de existir parteras, y puesto que el sentido de la higiene brillaba por su ausencia, era muy frecuente que las parturientas y los recién nacidos fallecieran en menos de un mes por infecciones producidas en el momento del parto. No hay que olvidar que incluso para los exámenes físicos había peligro de infección; sería bueno conocer por ejemplo que se le introducía a la mujer, durante el embarazo, un tubo de plomo en cuyo final había un cilindro móvil que se usaba para la exploración vaginal, o sondas dilatadoras... de madera... para observar el útero. Da miedo, ¿verdad?.

Una de las curiosidades más llamativas de la Grecia antígua es que cuando el médico dictaminaba que la mujer tenía el útero o la vagina más bajas de lo normal (bien por el peso del feto o bien por algún tipo de enfermedad), algo que hoy se conoce como prolapso uterino, se solucionaba colgando a la pobre fémina por los pies, zarandeándola.

El médico romano Sorano de Éfeso, para evitar el embarazo no deseado, aconsejaba en sus escritos que se taponara la entrada del útero femenino con un manojo de hilos enredados entre sí.

Hay un relato totalmente sobrecogedor de Dimitri Mereschkowski contando el parto de la duquesa Beatríz Sforza:

La duquesa está de parto. Unos criados llevan un lecho largo y angosto provisto de un colchón duro, conservado desde tiempo inmemorial en el guarda-ropa del palacio, y en el que han tenido sus partos todas las duquesas de la casa Sforza. La parturienta tiene el rostro enrojecido y sudoroso, con mechones de cabellos pegados a la frente, y de su boca abierta se escapa un continuo lamento. A su lado cuchillean las comadres, las criadas, las curanderas, las comadronas. Cada una tiene un remedio para la parturienta.
Una vieja dama dice: "Sería necesario hacerle tragar una clara de huevo cruda, mezclada con seda púrpura desflecada".

Otra asegura que: "Lo que debía hacerse, era tomar siete gérmenes de huevo de gallina disueltos en una yema".

Una propone "Envolver la pierna derecha de la parturienta en piel de serpiente".

Otra: "Atarle sobre el vientre la caperuza del marido".

Otra: "Hacerle beber alcohol filtrado por polvo de cuerno de ciervo y grana de cochinilla".

Una vieja murmura: ""La piedra de águila bajo la axila derecha, la piedra de amante bajo la axila izquierda", y acercándose al duque con un gran plato de estaño, le dice: "Alteza, dignaos comer carne de lobo; cuando el marido come carne de lobo, la parturienta se siente mejor".

El médico principal, acompañado de otros dos doctores, sale de la estancia, y dirigiéndose a un doctor joven, le indica en latín:

"Tres onzas de limo de río, mezcladas con nuez moscada y coral rojo machacado".

Alguien pregunta: "¿Acaso una sangría?"

Contesta el viejo doctor: "Ya lo había pensado, pero desgraciadamente Marte está en el signo de Cáncer, en la cuarta esfera solar; y además está la influencia de una fecha impar"

El doctor joven pregunta: "No creéis Maestro que haría falta añadir a las limazas de río, estiércol de Marzo y bosta de vaca?.

Y mientras todo ésto ocurre, el esposo (Ludovico Sforza) va al encuentro de unos canónigos y de unos frailes que traen una parte de las reliquias de San Ambrosio, el cinturón de Santa Margarita, el diente de San Cristóbal, un cabello de la Virgen, etc.

La imagen que aparece al final de este artículo, de Beatriz Sforza, está pintada por Leonardo Da Vinci en 1490. Tenía 15 años.
Termina el relato de esta manera:

Su alteza dio a luz un niño muerto y ella también murió el 2 de Enero de 1497 a las 6 de la mañana.

Beatríz Sforza tenía 22 años (1475-1497). La casaron teniendo cinco años.

Su hermana Ana también dio a luz un niño que murió instantes después de ser bautizado; ella murió a consecuencia del parto, el 2 de diciembre de 1497 contando con 21 años de edad. El esposo de Ana se casó posteriormente con Lucrecia Borgia.


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